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EL PRIVILEGIO DE DEFENDER LOS DERECHOS HUMANOS

Es habitual escuchar hablar de la defensa de Derechos Humanos, de la denuncia de vulneraciones de los mismos, tanto ocurridas en nuestros propios contextos, como en otros que nos resultan lejanos, desconocidos y, muchas veces, aparentemente ajenos. En telediarios, periódicos, medios de información informales, revistas, documentales, etc., los derechos humanos y su defensa son referenciados con frecuencia. De lo que no se habla es de que defender los derechos humanos es, a su vez, un derecho, o, más bien, un privilegio.

Como pasa con otros privilegios, lo que ocurre es que a menudo se confunden con derechos y con el estado normal de las cosas. Igual que ocurre con el “privilegio blanco”, que se configura como la normalidad por parte de las personas blancas que lo disfrutan, a pesar de ser una posición de supremacía que ciega la apreciación de las opresiones y discriminaciones sufridas por las personas no blancas, con la defensa de los derechos humanos pasa algo parecido. En muchos contextos occidentales se denuncian vulneraciones de derechos humanos a través de las redes sociales, en manifestaciones, en artículos, a través del arte, etc., y, si bien en algunos casos puede resultar problemático, la regla general es que el ejercicio de esta defensa de DDHH no acarree consecuencias, y se asume que esto es “lo normal”.

Sin embargo, no en todo el mundo es así. Esto no quiere decir que sólo occidente sea escenario de reivindicaciones seguras de los DDHH, pero existen lugares del mundo en los que levantar la voz para manifestar tu descontento ante una determinada vulneración de tus derechos más básicos, significa jugarte la vida. A pesar de que la defensa de los DDHH es un derecho reconocido y desarrollado en la Declaración de los Defensores de los Derechos Humanos1 https://www.ohchr.org/es/special-procedures/sr-human-rights-defenders/declaration-human-rights-defenders La Declaración no es de por sí un instrumento vinculante jurídicamente. No obstante, contiene una serie de principios y derechos que se basan en las normas de derechos humanos consagradas en otros instrumentos internacionales que sí son jurídicamente vinculantes y por otros instrumentos nacionales e internacionales, en la práctica muchos intentos de poner freno a vulneraciones de DDHH se ven constantemente frustrados, interrumpidos o socavados por la criminalización de quienes los llevan a cabo, así como por las diferentes agresiones perpetradas contra ellos, incluido el asesinato.

Según datos oficiales proporcionados por Front Line Defenders en su informe 2022, Latinoamérica sigue siendo la región con mayor número de muertes de personas defensoras de derechos humanos. El informe sostiene que la mayoría de los ataques se dirigen a personas defensoras de derechos en el ámbito del derecho a la tierra, el medio ambiente y los derechos de los pueblos indígenas 2ver https://www.frontlinedefenders.org/sites/default/files/1535_fld_ga23_web.pdf

Como cualquier aspecto social, la defensa de los derechos humanos tampoco es ajena a las cuestiones de género, y ser mujer defensora de los derechos humanos tiene una dimensión de género de gran relevancia. El simple hecho de ejercer la defensa de DDHH siendo mujer ya implica la superación de una serie de barreras socialmente impuestas a las mujeres en las sociedades patriarcales, que pretenden limitar su existencia a la esfera privada y doméstica. Por ello, muchas defensoras son agredidas en represalia a su activismo particularmente por el hecho de ser mujeres, y es frecuente que el objetivo de los ataques sea su cuerpo y que las agresiones sean de naturaleza sexual 3ver https://freedomhouse.org/es/article/un-nuevo-informe-de-freedom-house-senala-que-defensores-de-los-derechos-humanos-y

Se encuentran, pues, en una situación de vulnerabilidad que además es interseccional, enfrentando otras opresiones y discriminaciones como el racismo y el clasismo. Las mujeres sufren ataques vinculados al rol que socialmente se espera de ellas, que habitualmente es el rol de madres y cuidadoras, y se instrumentaliza a sus hijos y demás familia para perpetrar los ataques.

Igualmente, mujeres defensoras de DDHH en América Latina y el Caribe informaron de que para ellas defender los derechos humanos implica compaginarlo con grandes cargas de trabajo doméstico o de cuidado del núcleo familiar. Estas situaciones acarrean para ellas “soledad afectiva” y rechazo familiar, comunitario y social.

Jesica Trinidad, militante de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras, afirma: “Yo defiendo el derecho a defender derechos porque, por ahora, a las mujeres nos toca luchar por vivir una vida digna defendiendo nuestro territorio-tierra y nuestro territorio-cuerpo”.

Y es que ser mujer implica una carga añadida: luchar por la protección de nuestro propio cuerpo, por nuestra propia integridad y dignidad. Estas luchas son inherentes a nuestra condición de mujeres en contextos patriarcales, las cuales se convierten no sólo en una dificultad añadida en la defensa de otros derechos humanos básicos, sino también en una reivindicación de derechos humanos en sí mismas, y que, en muchos lugares del mundo, son represaliadas de las formas más brutales.

Es importante valorar el privilegio que supone poder disfrutar de nuestros derechos, pero, sobre todo, el poder reivindicar aquellos que aún no han sido conquistados plenamente, y reconocer el valor de las reivindicaciones que llevan a cabo otras mujeres en lugares en los que hacerlo implica exponer la propia vida.